La primera de las pocas semanas que nos restan antes de la segunda vuelta ha pasado en vano. Tanto PPK como Verónica Mendoza se han entregado a devaneos políticos sin oficio ni beneficio. 

Quizá, ya ensoberbecidos por el sentimiento de haber conseguido y “poseer” el favor electoral de millones de peruanos, no parecen ser conscientes que, sumados, sus porcentajes escasamente igualan a los obtenidos por Keiko Fujimori. O quizá se han adormeciendo haciendo las cuentas electorales de la proverbial lechera.

Es verdad que Verónica Mendoza, y el Frente Amplio, se encuentran en una espantosa encrucijada política e ideológica: tener que apoyar o alinearse con PPK en contra de la avalancha Fujimorista que virtualmente ha conseguido mayoría absoluta en el congreso, es un trago muy amargo de apurar. Esta alianza forzada, pase lo que pase, será registrada con tinta indeleble en la incipiente carrera política de Mendoza.

Por otro lado, negarse a algún tipo de compromiso electoral, tampoco parece ser un escenario del que la izquierda pueda salir bien librada: si PPK pierde, Mendoza implícitamente quedaría como cómplice del Fujimorismo, y muchos peruanos no se lo perdonaríamos. En el caso improbable que PPK ganase, sin el apoyo del FA, la izquierda perdería su legitimidad de actor político y quedaría relegada a lo que siempre ha sido en la historia política del Perú: la oposición infantil sin asidero ni conexión con la realidad política del país.

En todos estos escenarios los verdaderos y únicos perdedores somos los peruanos que no vivimos de la política, pero que hemos sufrido una y otra vez sus fatales consecuencias.

La situación es más que crítica, y eso lo ha reflejado con creces los resultados de la primera vuelta: un descreimiento total de todo lo que signifique establishment. La sociedad de una vez por todas ha hecho pagar caro, pero justamente, a los partidos decimonónicos el precio de una larga política de ineptitud y miopía social. La opción de Julio Guzmán y el meteórico auge que alcanzó en pocas semanas demuestra que los peruanos están exigiendo una renovación de los actores y del discurso político.

Bajando de las esferas enrarecidas de la política, la cruda realidad a la que se enfrentan 30 millones de peruanos sigue igual: los resultados académicos de nuestros escolares y de nuestro sistema educativo nos colocan en el último lugar de 65 países de la OECD y en el puesto 136 de 140 a nivel mundial, y esto a ningún partido, ni político ha parecido interesarle en la campaña electoral.

Con casi 80% de los medios en manos de una sola empresa, de un solo dueño, nuestra libertad de prensa es una caricatura en el mejor de los casos, y en el peor, un mercadillo abyecto, en el que sus seudo profesionales están a disposición del mejor postor.

Mientras un tercio de los peruanos en el interior del país luchan diariamente por alcanzar un mínimo nivel de subsistencia, al estado parece solo interesarle seguir vendiendo al peso nuestro subsuelo, sin importarle la riada de problemas sociales y ambientales que estos proyectos “de interés nacional” provocan.

La calidad del sistema de salud de un sector de nuestra población es causa de los mismos índices de mortalidad infantil que en 1945 en los Estados Unidos. Según cifras oficiales del ministerio de salud, cada día 2,140 peruanas quedan embarazadas, 813 de las cuales sufren un embarazo no deseado, 856 mujeres sufren complicaciones del embarazo, parto y puerperio, se realizan 94 abortos y 2 madres mueren por complicaciones del embarazo, parto y puerperio. Hace un año la prensa celebraba la noticia que habíamos logrado reducir la mortalidad infantil en 76% a nivel nacional, sin embargo, el mismo informe del ministerio de salud afirma que esos indicies se han mantenido e incluso aumentado en las zonas más pobres del país.

El Perú sigue siendo un lugar mediocre para los negocios, con una burocracia percibida como ineficiente, en el mejor de los casos y en la mayoría corrupta y venal. La ética corporativa de nuestras empresas nos coloca en el puesto 106 de 140 países, en el mismo pelotón que varios países africanos.

No hay necesidad de mencionar los problemas de contaminación ambiental, de congestión vehicular en las ciudades y la creciente violencia urbana, y en los últimos días del sospechoso resurgimiento del terrorismo.

Estos y más temas deberían ser los temas de discusión e intercambio de ideas que deberían estar llevando a cabo los mandos estratégicos de PPK y Verónica Mendoza. Los términos del contrato democrático que los peruanos deberíamos exigir.

La sombra de la mafia Fujimorista se alza a lo lejos… sus secuaces se frotan las manos a la espera de la salida triunfal del mayor enemigo que nuestro sistema democrático ha tenido jamás. 

Todo lo anterior quizá a los políticos les parezca un juego, pero para la sociedad peruana y nuestra frágil democracia se trata de la supervivencia.

Ginebra, 16 de abril de 2016