Inevitablemente, para muchos de nosotros el estado de la educación de nuestro país es una obsesión. El lunes próximo comienza un nuevo año escolar y seguramente muchos padres de familia temen la factura de los gastos escolares tanto como sus hijos la posibilidad de una evaluación sin previo aviso. 

El inicio del año escolar es duro: para los niños que se enfrentan nuevamente al tráfico y al transporte urbano agotador antes de llegar a la escuela. Para los maestros que tratan de llegar a tiempo a dictar sus clases, tratando de olvidar sus propios dramas y angustias personales.

Es duro también para los responsables de la educación nacional que se sienten acorralados por la prensa y la opinión pública al no poder dar respuesta ni razón de los resultados desastrosos de nuestros educandos en las evaluaciones internacionales de sistemas educativos nacionales.

Al único que nada de esto le preocupa es al Ministro de Educación, que da la impresión de ser más un guachimán de locales educativos que el líder y paladín de la educación el Perú. Cada vez que visito la página del ministerio de educación veo videos en los que el ministro aparece hablando de edificios, pupitres y pizarras. 

Video

No se ha enterado el ministro que la educación es un proceso humano que ocurre en las mentes y espíritus de las personas. No nos importa que las carpetas sean bonitas. Nos interesa que se discuta de la calidad educativa en el Perú.

La educación debe ser nuestra obsesión. La calidad educativa no se mide en metros cuadrados de locales educativos o en niveles de salarios para los maestros.

Dónde están los programas de concursos educativos en la televisión o en las radios. Dónde están los suplementos educativos de los periódicos de mayor circulación. Ningún periódico en línea peruano tiene una sección de Cultura o Libros. Por qué la educación no es un tema recurrente de la prensa tradicional y digital del país.

La educación sí es un servicio pero es sobre todo un valor moral para un país y sus habitantes. 

Si no nos obsesionamos todos con la calidad educativa que reciben nuestros hijos, quizá no valga la pena mandarlos a la escuela. 

Qué aprendan a cocinar, no más, o vayan a la televisión a hacerse famosos!