Premio Nobel al Aeropuerto de Lima
"Una manera segura de hacerle creer a la gente en falsedades es la repetición frecuente, porque lo familiar no es fácilmente distinguible de la verdad. Instituciones autoritarias y especialistas en mercadeo siempre lo han sabido"
Me encantan leer los libros y artículos de Daniel Kahneman porque son tan entretenidos e interesantes como una buena novela y además porque, de alguna manera personifica el espíritu de contradicción: es el único premio nobel de economía que no es economista. En 2002 la academia sueca le otorgó el premio por haber sido capaz de integrar los aspectos psicológicos en las decisiones económicas y haber puesto de manifiesto que los comportamientos de los agentes económicos cada uno de nosotros tienen un fuerte componente de irracionalidad. La principal aportación de Kahneman fue descubrir que en entornos de incertidumbre los individuos tomamos decisiones que se apartan significativamente de los principios de la probabilidad. Este tipo de decisiones, que Kahneman llama “atajos heurísticos”, son las trampas que nos tendemos cuando imaginamos el futuro o los escamoteos que hacemos en nuestras historias del pasado para justificar nuestras decisiones en el presente.
Kahneman llama sistema 1 a un procesamiento de la información rápido, constituido por una mezcla de intuición, percepción y afecto y que básicamente está regido por nuestro cerebro emocional o reptil. Y denomina sistema 2 a un procesamiento más lento sustentado en los procesos cognitivos y racionales propiamente humanos. La numeración viene dada por su orden de aparición en el escenario de la evolución humana. Primero surgió el sistema 1 y solo después de varios miles de años de evolución apareció el sistema 2.
Un ejemplo clásico es la elección de los números de billetes de lotería. Supongamos que tenemos la posibilidad de elegir entre dos billetes de lotería. El primero está compuesto por los números 1, 2, 3, 4, 5 y 6, mientras que el segundo lo forman los números 5, 13, 10, 32, 38 y 45. Automáticamente nuestro sistema 1 nos hará preferir el segundo porque nos convencemos que tiene más probabilidades de resultar premiado. Por el contrario, nuestro sistema 2, después de unos instantes, nos debería aportar la información suficiente que nos permite comprender que, en verdad, ese billete tiene la misma probabilidad de ser premiado que el otro y que, por ello, la decisión que hemos de tomar en relación a su elección es completamente indiferente. Curiosamente, y pese a ser perfectamente conscientes de ese hecho, todos optaríamos por el segundo billete.
Oscar Wilde lo dijo con esa gracia singular que lo caracterizaba: “Hay dos grandes tragedias en el mundo; no poder conseguir lo que ansiamos y la otra es conseguirlo”. Nuestra capacidad de anticipar el futuro es poco más que un mero desiderátum: un espejismo de muy difícil manejo. Esa dificultad objetiva que, invariablemente y sistemáticamente nos pasa desapercibida, unida a la previsible y contrastada irracionalidad humana y a la cada vez mayor complejidad de los entornos que nos rodean hacen que, hoy en día, nadie sea capaz de imaginar o predecir, por ejemplo, si una nueva política de inversiones mejorará los niveles de bienestar de los peruanos o, por el contrario, los empeorará.
A pesar de todo, hay algunas cosas que sí sabemos: sabemos que nuestro sistema 1 nos da una respuesta emocional, rápida y poco elaborada que no necesariamente tiene que estar alineada con la realidad. Pero atención. Sabemos que nuestro sistema 2 es más lento y procesa la información con mayor detalle pero, al menos en esta ocasión, con igual incertidumbre, basta leer si no los estudios y planes de desarrollo que se publican diariamente sobre el hipotético futuro del Perú: los hay para todos los gustos. Sabemos también que cuando imaginamos el futuro no somos capaces de añadirle los detalles necesarios y que en esos detalles reside lo importante.
Un ejemplo flagrante de este vicio de nuestra imaginación lo podemos apreciar en los títulos que se arroga al aeropuerto Jorge Chavez. Es innegable que nuestro terminal aéreo ha sido ampliado, remodelado y probablemente según criterios específicos de alguna asociación internacional, puede ser considerado el mejor de la región. Empero, según como acomode, la prensa y los políticos nos lo presentan como la puerta de entrada y plataforma de intercambio (“hub” en inglés) para toda o por lo menos la mitad de América Latina, pasando por alto que con sus 13 millones de pasajeros al año, su capacidad de gestionar pasajeros lo coloca estadísticamente por debajo de por lo menos otros 8 aeropuertos de la región.
Para que el aeropuerto Jorge Chavez sea un “hub”, Lima como ciudad y región debe transformase radicalmente. Tomemos como ejemplo, el aeropuerto de Ginebra, en Suiza. Basado en una ciudad con menos de 1 millón de habitantes, este aeropuerto sirve y genera el mismo tráfico de pasajeros que nuestro aeropuerto limeño, teniendo abierto al público tan sólo 18 horas diarias. Además, desde la estación de tren integrada al aeropuerto, se ofrecen al viajero en arribo trenes a toda Suiza y parcialmente al extranjero. Sin mencionar un servicio de transporte público hacia el centro de la ciudad. Impecable y gratuito (en su primera media hora), lo que provoca que muchas veces haya que esperar más por un taxi que por el autobús o el tren.
Kahneman nos hace entender que somos una extraña mezcla de intuición y de razón, de emoción y de lógica, y, con alguna frecuencia, esos dos sistemas no acaban de estar todo lo imbricados que debieran y nos causan cortocircuitos. Yo espero, además, que el próximo galardón que obtenga nuestro Aeropuerto sea el “premio a la modestia”