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Fantin-latour, table corner

Todo amor es atroz y todo recuerdo es amargo

Historias de bibliotecas

Table Corner, 1872 , Oil on canvas, 160 x 225 cm, Musée d'Orsay, Paris

FANTIN-LATOUR, Henri

Publicado: 2013-06-22

Hace semanas que los tilos han cambiado de color y el resto de árboles parecen mostrar sus ramas desnudas con algo de vergüenza. La pequeña cascada está seca y descubro que no era natural, como lo creí cuando por primera vez me refugié en este rincón del manicomio. Es una tarde fría, y no sé qué demonios estoy haciendo acá: he seguido a Ralf, quien con gestos de conspirador me ha sacado de la biblioteca. Está lloviendo, el viento me azota la cara y siento que no puedo respirar. —¿Qué? Le pregunto.

—Espera. Ahora te lo muestro. Y sonríe, con cara de mercader a punto de hacer un negocio, mientras desenvuelve un objeto informe de entre unas bolsas de plástico.

—Cualquier cosa que no sean cartas de navegación impermeables, se va a estropear con esta humedad. Así que ten cuidado. Le digo, impaciente.

—Ya, no te preocupes. Mira.

Las biografías datan su encuentro en septiembre de 1871, pero su correspondencia debió comenzar algunas semanas antes, Arthur le había enviado unos poemas desde Charleville. Se habían carteado, y en un arranque de entusiasmo, el poeta consagrado, aburrido de su vida doméstica, lo debió invitar a pasar unos días a París. —No tengo dinero, llevo sólo mi poesía. Le respondió, a vuelta de correo, el jovenzuelo con rostro de ángel desterrado, los cabellos castaños eternamente despeinados y ojos de azul pálido.

—¿Qué es esto? Nos van a echar de acá, y te van a meter preso. ¿Cómo se te ocurre? Espero que Fritz no esté buscándome. Por primera vez desde que llegué al manicomio siento un sudor helado que me recorre la espalda y me falta la respiración.

Los Verlaine están instalados en casa de sus suegros, los Mauthé, en la calle Nicollet, cerca del Sena. Mathilde —en la última fase del embrazo de George, su único hijo—, le toma ojeriza al insolente mozalbete con el que su esposo pasa todo el tiempo. Paul se descubre en el joven Arthur. Admira la selección exquisita de sus palabras, la energía destructiva que despiden los versos del “Barco Ebrio”. Esos versos sin artificios, sin cesuras libertinas, sin encabalgamientos. Se siente encandilado por la fuerza demoledora que proyecta ese lenguaje nuevo, de junturas precisas como en una piedra preciosa. Una noche, trasegados de ajenjo y hachis, Paul le confiesa sus pasiones prohibidas, Rimbaud no se sorprende, no se amilana: —Quiero aprender. Le dice. Todo cambia. Ya no serán los mismos. De pronto, a Verlaine su vida se le antoja insoportable, se siente culpable ante Mathilde, ante sí mismo, sus injurias contra ella en realidad son contra sí mismo. Mathilde asustada por las amenazas, hastiada de los insultos se marcha de casa. Los escandalosos amantes se instalan en un hotel cerca de la plaza Saint Michel. Los amigos lo saben y todo París lo comenta.

—Está descargada. Es de coleccionista, y en Suiza no necesitas licencia. Me dice Ralf, mientras esboza una media sonrisa y apunta hacia la cascada artificial.

—No lo entiendes, no estamos en un Club Med. Esto es un manicomio, en un hospital los pacientes no se pasean por los jardines con pistolas de coleccionista, sobre todo si han sido internados por intento de suicidio. Trato de calmarme y bajar la voz.

—No es una pistola, es un revolver, Ralf me explica con voz paciente, como si estuviera ante uno de sus clientes millonarios. —Además no funcionaría, aunque estuviera cargado, el percutor está dañado.

—Vale, entonces, deshazte de ese trozo de chatarra y déjame volver a trabajar.

—Es el revolver de Verlaine, ¿no lo reconoces? Es el Lefaucheux de 7 milímetros con cartuchos a espiga.

No miro el revolver, miro a Ralf como si hubiera recibido una sobredosis de Diazepam. —¿De qué me estás hablando?

Verlaine quiere que Mathilde y su hijo regresen, le escribe cartas diarias, le implora perdón. Amenaza con matarse si no regresan. Mathilde exige que Rimabaud abandone París, a lo que Verlaine accede. Verlaine parece volver a la normalidad, incluso encuentra un trabajo estable en "La Lloyds" de la rue Laffitte.

Después de algunas semanas, Rimbaud regresa secretamente y un día encuentra a Verlaine en “El Cadran”, hoy en día “El Central”, esquina de Drouot y Grange Batelières. Las borracheras recomienzan, y una noche en vez de ir a buscar un médico para Mathilde huye a Bruselas y luego a Londres.

Sus vidas, se convierten en una vorágine de encuentros y despedidas, de nostalgias insufribles por la esposa y su hijo cuando Paul está con él, y de intolerables necesidades cuando él está lejos. El cinco de Julio de 1873, la madre de Verlaine visita de improviso a su hijo en Bruselas, Rimbaud ya está en camino a visitarlo desde París, el 8 de Julio llegará a Bruselas: nuevos conflictos ahogados en ajenjo. Luego de una borrachera monumental, Rimbaud anuncia su partida, Verlaine se lo impide, saca el Lefaucheaux que había comprado en la armería Montigny un día antes para suicidarse, y dispara una, dos veces. Rimbaud esquiva los tiros y ligeramente herido, huye, vuelve a las Ardenas donde terminará “Una temporada en el infierno”. Verlaine es detenido, juzgado y encarcelado, dos años más tarde sale de prisión, aunque nunca más se verá libre de la maldición que lo acompaña.

—El revolver con que Verlaine disparó a Rimbaud. Apareció hace dos años en Bruselas. Uno de mis clientes me lo ha dado para que lo ponga a la venta. Me dice Ralf, satisfecho de verme finalmente interesado.

Toco el arma, la culata de madera torneada a mano. El acero labrado, como algunos modelos de las espadas de Toledo. Las recamaras para los seis cartuchos están vacías. Y me pregunto si este objeto me acerca a ellos, a su pasión desesperada y recuerdo unos versos de Rimbaud, en la traducción del poeta Bacarisse, y que yo repetí toda la secundaria sin entender.

El acre amor me ha henchido de embriagador letargo.
Lloré mucho. Las albas son siempre lacerantes.  
Toda luna es atroz y todo sol es amargo. 
Qué se rompa mi quilla y vaya al mar cuanto antes. 

Escrito por

jorge yui

Colecciono y cuento historias de libros y bibliotecas, mías y ajenas. Pero sobre todo me gusta leer. En Twitter @librogramas


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Librogramas

Crónicas y artículos sobre libros leídos o imaginados